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A fines del último siglo,
el profesor en Tupiza Luis Aramayo Quintela
escribió y recopiló una antología de cuentos, leyendas y
tradiciones de Los Chichas para preservar su memoria de
la cortina del olvido y para que los jóvenes estudiantes
a través de su contenido se formen un concepto de la
identidad cultural de los pueblos del sur. Esta obra se
publicó en el año 2001 con título de Comunidades
Nativas del Sud. Sigue abajo una selección.
Véase también la página
→Costumbres.
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EL PEÑASCO DE TAMBILLO
BAJO |
→Mapa
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A los extremos del
anchuroso Río Tupiza, que corre con gran presión de
norte a sur, exactamente a los cinco kilómetros de
Tupiza, se extienden los campos de sembradío de los
pobladores de Tambillo Bajo en medio de un paisaje
maravilloso que agrada a los visitantes. En ese panorama
lleno de verdor, pasa la línea del ferrocarril (antes
Villa Atocha) y todos los días corren los trenes como
boas pesadas, pujando y sacudiendo la tierra. Por el
naciente se ven cerros plomizos y al oeste se levantan
gigantes rocas rojizas como si fuera la sangre
petrificada del Inca Llaguar Huaka. Durante el invierno
los campesinos salen a sus patios en busca de los tibios
rayos del sol. En media playa se encuentra una pequeña
roca solitaria. Sosteniendo un antiguo poste de teléfono
donde se estrellan las aguas turbulentas de estío.
Algunos longevos lugareños
refiriéndose al cerro relatan que en tiempos lejanos un
joven tenía su enamorada en Tambillo Alto a la altura de
la cuadrilla ferroviaria, a quien la adoraba y en prueba
de cariño se comprometió visitarla para festejar la
noche de reyes en su casa. Pero desgraciadamente esos
días llovió exageradamente y creció el río
obstaculizándole cumplir. El joven vecino de Tambillo
Bajo al verse impotente frente al torbellino vivía
momentos de exasperación, hasta que impulsado por su
inmenso amor, resolvió cruzar el río para llegar al
dulce hogar de su prometida. Era una noche lóbrega, el
jovenzuelo tomó unos tragos de aliento para revestirse
de valor y de pronto se encaminó apresuradamente por uno
de los callejones donde sorpresivamente se presentó el
Diablo, aparentemente un joven simpático de capa roja,
pantalón ajustado, con botas y espuelas sobrepuestas,
portando una hermosa guitarra, montado en un brioso
caballo que le ofreció para que pase ese obstáculo. El
joven ciegamente enamorado y sin medir consecuencias, le
agradeció y se comprometió retribuirle de alguna manera.
El diablo en esos momentos
le dijo: Tú serás feliz con tu novia y dentro de algunos
minutos le darás una serenata con esta guitarra que te
prestaré, pero tendrás que pasar el río sin darte la
vuelta por mucho que te griten queriéndote desanimar. Si
no me obedeces, el caballo se perderá entre los remansos
del agua y tú quedarás petrificado para siempre. El
joven aceptó ese reto pensando que era una simple broma
y sin pérdida de tiempo saltó al ensillado y empezó a
vadear en medio de truenos y relámpagos que hacían
estremecer, pero como si fuera un sueño, escuchó gritos
y más gritos impidiéndole continuar. El joven inexperto
se dio la vuelta y quedó convertido en roca del color de
la capa del Diablo.
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EL TOROYOJ |
→Mapa
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A lo largo del cañón de
San José de Pampa Grande, el río San Juan del Oro corre
de Sur a Norte hasta Quebrada Seca, donde se levantan
vertiginosas rocas rojizas que obligan a sus aguas hacer
un viraje formando un estrecho de unos 50 metros de
ancho.
Hasta el año 1981 los
campesinos de la ribera del lado Este, para llegar a
Tupiza y hacer sus diligencias, tenían que vadear el
temible "Toroyoj" que en épocas de lluvia crecía banda a
banda rebasando muchas veces, obligándoles a los
paisanos a revestirse de coraje para cruzar a pie o
montados a caballo detrás de sus borricos que
generalmente quedaban enfangados; entonces sí, chicote y
chicote vencían al obstáculo o se hacían arrastrar.
Cuentan que en ese recodo apareció un toro de oro, que
cuando intentaron atraparlo desapareció como por
encanto. La codicia humana decidió buscarlo, pero nunca
pudieron encontrarlo, en vano hicieron algunas
instalaciones para dragar el lecho, pero no pudieron
conseguir sus objetivos y el toro perdido sigue bramando
y brillando entre el remanso de sus aguas. De ahí nació
el nombre verosímil de "Toroyoj" en Quechua, que
traducido al castellano quiere decir que ese lugar está
con un toro. Algunos suponen que "Toroyoj" surgió de
loroyoj porque antes invadieron bandadas de loritos a
los peñascos del desfiladero.
En aquel recodo angular la
Empresa Minera Bernal Hnos., para transbordar sus
minerales de Quiriza a Tupiza, instaló una oroya,
algunas veces pasaban los viajeros con muchas
dificultades.
Hasta el año 1981 los
candidatos de turno hacían proselitismo político
ofreciéndoles a los campesinos la construcción de un
puente simplemente para sofisticarlos y conseguir votos,
pero felizmente el año 1982 el Servicio Nacional de
Caminos - Distrito Tupiza, construyó el puente del "Toroyoj"
bajo la dirección del Ing. Jorge Artola, con lo que
terminaron los engaños.
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EL FÉRETRO DE GRAN CHOCAYA |
→Mapa
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A manera de introducción
conviene aclarar que Gran Chocaya, se encuentra ubicada
a 3 kilómetros de Animas (nombre que proviene de almas
del purgatorio), que fue asiento minero de gran
importancia que a la larga perteneció al Cuarto grupo de
la COMIBOL.
Como nadie ignora, con la
llegada de los españoles se construyeron iglesias para
adorar a Dios, de esa manera edificaron en aquel lugar
una iglesia y lo dotaron de un féretro para trasladar a
los muertos al camposanto.
Aproximadamente por los
años 1925 a 1930 el mencionado féretro (ataúd)
frecuentemente recorría de tumbo en tumbo en altas horas
de la noche los campamentos mineros de Ánimas, Chocaya,
Siete Suyos, Agua de Castilla y Asillanes para amanecer
junto a una puerta del vecindario como presagio de
muerte. Ya podemos imaginarnos el terror que cundía
entre sus habitantes.
Don Juan Núñez, doña
Candelaria Morales y otros que vivieron en aquellos
lares, recordaban que cuando eran adolescentes
escuchaban comentarios del féretro. Contaban que los
campesinos para inmovilizarlo al ataúd, lo llenaban de
piedras, lo aseguraban con tornillos, sogas y alambres
colocándole a buen recaudo dentro de un cuartucho ófrico
anexo a la Iglesia y bajo llave, pero no podían
detenerlo. Todos sus esfuerzos fueron vanos y el cajón
fue macabro.
En un mes de octubre de
uno de aquellos años se festejaba a la Virgen del
Rosario y en las vísperas los asistentes bebieron
exageradamente hasta el amanecer. El día de la fiesta
recorría la Virgen del Rosario en andas y durante la
procesión los prestes elevaron globos y uno de ésos cayó
al techo de la iglesia provocando un incendio de
magnitud. Se supone que alguien en su desesperación y
para sofocar el fuego echó alcohol pensando que era
agua, con lo que cundió el fuego. Un tal Bengolea en su
afán de hacer aleo para extinguir las llamas, se quemó y
murió.
En aquel incendio se quemó
el féretro convirtiéndose en cenizas, de esa manera
volvió la calina y la tranquilidad de los vecinos de
Gran Chocaya que por mucho tiempo vivieron traumatizados
por el misterioso cajón de la muerte.
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VIDA DE
AGRICULTORES |
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Del caserío de las faldas
de Palquiza se observan las aguas del Río San Juan del
Oro que corren turbias en épocas de lluvia donde los
campesinos afanosos y optimistas laboran la madre tierra
en ambos bandos del río.
A mediados de diciembre
los cultivos de maíz, papa y haba se ponen hermosísimos.
Da gusto contemplar el
verdor que se extiende interminablemente.
Al finalizar la primavera
de 1949 a las cuatro de la tarde, el cielo se cubrió de
obscuros nubarrones procedentes del sur, se escuchaban
fuertes truenos y algunos gritaban desesperadamente ¡la
granizaaaada!... Pedían piedad a Dios y disparaban
dinamitazos para dispersar las nubes. Las mujeres hacían
cruces con ceniza en los patios de sus rústicas
viviendas.
En pocos minutos la furia
de la granizada no se dejó esperar y cubrió totalmente
las campiñas de Palquiza, Titihoyo y Chifloca. Los
pobres campesinos desolados y abatidos deploraban su
triste suerte, al ver sus sementeras inundadas de agua y
castigadas por la granizada que hizo estragos.
A los pocos días llegaron
los empleados de la Oficina de Fomento Agrícola y las
autoridades de Tupiza para ver los desastres y tratar de
colaborarles; pero como de costumbre se comprometieron
tramitar y gestionar para que el Ministerio de Asuntos
Campesinos les ayude proporcionándoles semillas y
herramientas, compromisos que quedaron flotando como
pompitas de jabón.
Pasaron varios días, el
padre Sol alumbraba radiante, los campesinos
contemplaban alborozados sus cultivos al verlos retoñar.
Parecían decir ¡el maíz es muy guapo!... Daban gritos de
alegría y agradecían al Todopoderoso por las bondades
que les concedió; hasta las aves se asociaron jubilosos
entonando con sus trinos melodiosos cantos de esperanza
que alegró los corazones de los humildes labriegos. Se
sirvieron sendos vasos de chicha challando a la
Pachamama con el licor incaico que bebió Huayna Capac en
su alianza con la princesa Quilla.
Así fue y sigue siendo la
vida agitada de los agricultores chicheños, que algunos
años sufren los embates de la naturaleza.
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LA EX FINCA OPLOCA |
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Hasta 1952 la ex finca
Oploca, situada a 17 kilómetros de Tupiza, fue una de
las haciendas más bonancibles de Bolivia. Por aquellos
años florecientes, para llevar agua para el riego de las
sementeras y consumo de los habitantes abrieron una
acequia revestida con cal y piedra de San Joaquín a lo
largo de las serranías de San Gregorio, San Lorenzo y
Mauka Llajta. Allí aprovecharon para descolgarla por
medio de un canal gradiente para el funcionamiento de
una turbina para generar corriente eléctrica tanto para
la población como para mover el molino de trigo de gran
capacidad que despachaba varias toneladas de harina al
día y de excelente calidad. Igualmente puso en marcha un
molino exclusivamente para moler maíz, dichos ambientes
destartalados al igual que los restos del pequeño
balneario, subsisten frente a la estación de
ferrocarril.
Oploca y sus secciones
fueron zonas eminentemente trigueras y para fomentar su
cultivo les dotaron de maquinaria agrícola: tractores
con sus respectivos acoplados, arados con discos y
rastras, sembradoras, trilladoras y segadoras. Para que
no falten granos para la molienda, constantemente
llegaban vagones de trigo de la Argentina y salían
toneladas de harina blanca al interior del país.
Aprovechando la buena
calidad de la harina, el Sr. Lizarazú atendía una
fábrica de galletas de diferentes variedades que lo
comercializaban en los centros mineros y en las ciudades
de Tupiza y Potosí.
En la finca tenían lo
mejor de lo mejor, una fábrica de carnes frías en todas
sus líneas: jamones, salchichas, chorizos, mortadela e
incluso chicharrón moldeado y prensado a cargo del Sr.
Silvestre Berghan, jefe de embutidos y de un
Australiano. Por entonces elaboraban sidra (chicha de
manzana).
En aquella época de oro,
se dedicaron a la crianza de animales de raza: ganado
vacuno, porcino, ovino, caballar y aves para lo cual
construyeron establos, chiqueros, gallineros, baños
antisárnicos para ovejas y cerdos y silos para almacenar
pasto. Compraban cholonkas por quintales para balancear
la alimentación e invernar a los cerdos.
Como si todo eso fuera
poco, en Oploca instalaron una Hilandería de mucha
importancia.
En esa ex hacienda queda
como recuerdo una Iglesia Arquitectónica que edificaron
para sus meditaciones Don Diego Arce y Chacón,
aproximadamente en el siglo XVIII cuando ejerció el
título de Conde de Oploca que con el correr de los años
finalizó el Condado de Don Calixto Yáñez. De esa manera
la casa de la nobleza tenía subterráneos y otras
reparticiones coloniales.
Merece mencionar la
excelente organización de su Administración y de sus
talleres de carpintería y herrería. Sin lugar a dudas,
"Oploca" fue la joya de Tupiza pues, todos los días,
incluido los feriados, llegaba un carruaje arrastrado
por un caballo percherón, con varios tachos de leche
fresca con sus derivados de queso y mantequilla y
algunos otros productos para distribuirlos a domicilio.
¡Qué tiempos gloriosos que se fueron como un sueño!...
La plaza de la
Administración, sus jardines y áreas verdes, fueron todo
un primor y para su cuidado, Don Martín Lehner,
responsable de esa finca; contrató los servicios de un
jardinero extranjero que cultivó todas las variedades de
flores, incluso se dedicó a injertar plantas, podar
árboles y ejercitó otras labores culturales con mucha
diligencia.
Al dictarse la Reforma
Agraria el año 1953, los mineros del Cuarto Grupo, es
decir la FEDMINSUD, compró la finca Oploca y organizó
una Cooperativa Agrícola posiblemente con muy buenas
intenciones, pero al poco tiempo lo convirtieron en
minifundio.
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SAN JOAQUÍN |
→Mapa
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El año 1856 se estableció
en San Joaquín la "Sociedad Oploca" donde se levantó un
establecimiento metalúrgico bastante importante; al
respecto se inserta la siguiente recopilación de un
libro escrito por Don Ernesto O. Ruck.
El valle de Tupiza es una
larga quebrada que atraviesa casi toda la Provincia de
Sud Chichas en sentido de Nor Oeste y Sud Este y
desemboca en el río San Juan o Quebrada de Suipacha,
corre serpenteando por entre serranías elevadísimas de
pizarras primitivas, formando en partes cañones
angostísimos y abriéndose en otras en forma de hermoso
valle, con pintorescas vegas y alegres sembradíos. En
algunas partes y muy especialmente en la proximidad de
Tupiza, las pizarras devónicas dan lugar a más recientes
conglomerados rojos cortados a pico y a rocas amarillas
o azules de acarreo, que desgastadas por el agua de los
tiempos les han dado formas fantásticas de palacios y
templos gigantescos, de estatuas y columnas colosales.
Situado el valle a diez mil pies de altura sobre el
nivel del mar, su clima es templado, sano y agradable,
los productos agrícolas son los propios de aquella zona,
prevaleciendo el trigo, el maíz, la alfalfa y las
patatas. Los árboles son medianos y predomina por todas
partes el charque (hierro vegetal), pero se ven
muchísimos algarrobos y aromas en las alturas, álamos y
sauces a la orilla del río y grupos de simpáticos molles
(pimiento silvestre), siempre verdes y siempre
frondosos.
Subiendo de Tupiza esta
quebrada unas cuatro leguas, se encuentra el villorrio
de Oploca, rodeando la casa solariega de los antiguos
Condes de ese nombre, que terminaron con la rama de los
Yáñez de Montenegro, descendientes de los Gambarte y los
Quiroga. A pocos metros de la casa de hacienda se alza
una majestuosa iglesia de piedra de una sola nave, con
una gran cúpula central y sus dos torres sobre la
fachada, que terminan en campanarios postizos de
ladrillo, a falta de las torres macizas de piedra que
los últimos condes no pudieron concluir. Preciosas
huertas y jardines rodean el conjunto y el ruido de un
molino alegra la monotonía del ambiente.
Siguiendo una legua más,
quebrada arriba se divisaba en otro tiempo el espeso
humo de varias chimeneas y unos torrentes de agua
espumosa que se desprendían, formando cascadas de un
larguísimo canal que conducía el agua a gran altura.
Esas chimeneas eran las de los hornos de tuesta del
establecimiento metalúrgico de San Joaquín y esas
cascadas las que producían la fuerza hidráulica para las
máquinas de molienda. En este establecimiento residía
con su familia Don Avelino Aramayo por los años 1858 a
1872. A ambos lados del establecimiento se veían
extensos sembradíos y bellos alfalfares defendidos
contra las poderosas crecientes del río por magníficos
reparos y paredones de piedra seca. A la derecha y en
altura se destacaba un gran grupo de frondosos árboles y
por entre ellos se apercibía el color de los gigantones
y las dalias, los mirlos, retamas y arrayanes que
anunciaban un asilo agradable.
Por el camino se sucedían
unas tras otras las tropillas de jumentos cargados con
todo género de provisiones, según la época del año. Eran
unas de los contratistas de leña de churqui y de queñua
provenientes de Salo y de Cotagaita. Otras arrendadas
por Tarijeños sencillotes de esbelta facha y varonil
aspecto, traían en sacos el maíz y la harina. Los
Morayeños y Mojeños internaban el charque, la cecina,
las lenguas y los cueros de vaca arreglados en chipas de
paja y cortadera; cuando no eran las chalonas de cordero
y de cabra, o los famosos orejones de Lonte y las
manzanas de Sococha. Por el otro lado, bajando de las
minas de Portugalete y el Chorolque, se veían tropas de
cincuenta, ciento y hasta doscientas airosas llamas,
conducidas a paso rítmico y menudo la carguita de 75
libras de minerales de plata en sacos burdos de lana de
llama, hábilmente sujetados por sogas primorosamente
tejidas.
En el verano después de
comer, el paseo era a la huerta y allí se tomaba el café
en "El Redondo", que era una sucesión de bancos de
madera formando una herradura, cubiertos por las espesas
ramas de unos guindos y ciruelos bien criados y rodeados
de una tupida enredadera de florcillas amarillas, que el
jardinero llamaba pajarilla, entre las cuales se
destacaba una que otra mata de madre selva. Detrás se
sentía el ruido del agua que rebalsaba de un gran
estanque cubierto por las ramas de un gigantesco
manzano, en el que se bañaban todos en las horas de la
tarde.
Rodeaba este recinto un
bosquecillo de árboles frutales: perales, ciruelos y
guindos, que daban fruto y duraznos y almendros que no
alcanzaban a darlo. En las proximidades de la casa había
hermosos tablones de toda clase de hortalizas y jardines
de bellísimas flores, cultivadas con un esmero
particular. Abundaban las rosas en su tiempo; eran las
clavelinas variadas y tupidas; los claveles se daban
hermosos y había una inmensa variedad de dalias de
caprichosos matices.
Las fiestas de iglesia se
celebraban en Oploca, a donde iba el cura de Tupiza, que
era entonces el Dr. Don Faustino Pérez de Rendón, a
pasar la fiesta de la octava del Corpus, la de
Candelaria y otras. Entonces estaba allí reunida la
familia de Don José Calixto Yáñez, último vástago de los
Condes de Oploca.
En las fiestas de Oploca
que tocaban en invierno, como las de San Juan, Santa
Rosa y San Pedro, era de rigor el correr el cuarto, que
consistía en un cabrito con cuero dividido en dos, de
manera que quedase adherido un brazuelo y una pata. Este
cuarto se disputaban a la cincha los vecinos de un
distrito contra los del otro, montados en briosos
caballos. Eran recias las luchas entre Oploqueños y San
Migueleños o entre San Joaquineños y Oploqueños.
Cuando insistía en que sus
compadres de San Joaquín se quedasen a comer, la mesa
era larguísima y se saboreaban picantes de ternera o
corderitos de Mochará y se bebían los ricos vinos de
Cinti.
Tenía el Sr. Yáñez una
cría de magníficos caballos de raza andaluza, de
particulares movimientos, que por desgracia se ha
extinguido. También servían en la hacienda para el
acarreo de alfalfa unos cuarenta dromedarios, que allí
los llamaban camellos a pesar de no tener más que una
giba y que habían sido importados por el General
Ballivián con la idea de aclimatarlos en Bolivia, pero
que fueron desapareciendo.
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EL RÍO SAN JUAN DE ORO |
→Mapa
(El Monte) |
El río San Juan de Oro
nace en la parte Norte de la República Argentina y
ingresa a Bolivia por Sud Lípez aumentando
considerablemente su caudal a lo largo de su recorrido.
Pasa bañando los sembradíos de Mojinete, Esmoraca, Valle
Rico, Chuqui, Huariraca, Yahina, Estarca, Churquioc y
San José de Pampa Grande; continúa rumbo al Norte por
Churquipampa, Katati, Quiriza, Vizcachani, Espicaya, El
Monte, Chacopampa, Titihoyo, Palquiza, Quebrada Seca y
Entre Ríos, donde se une con el río Tupiza, cambiando de
dirección hacia el Sud. Sigue por Tocloca, Suycu Chacra,
Peña Blanca, Santa Rosa, Tomatas, Chuquiago, Suipacha,
Nazareno, Charaja, Saladillo, Humacha, prosigue al este
por las tierras fértiles de Reinecillas, La Colorada,
Villa Pacheco y otras, desplazando finalmente sus aguas
al departamento de Tarija.
En los extremos de este
río se levantan los techos disformes de las viviendas de
los pobladores del agro, que en los meses lluviosos
aprovechan para buscar oro en las quebradas. Los
esmoraqueños nonagenarios narraban que en aquel Cantón,
las gallinas algunas veces tragaban pepitas de oro
confundiéndolos con granos de maíz.
A esos lugares llegaron
varios españoles que organizaron una empresa de
explotación aurífera. Compraron tres dragas de la
Argentina que las transportaron en carretas tiradas por
bestias hasta la Provincia Sud Chichas del Departamento
de Potosí, cuyas maquinarias las instalaron en Esmoraca,
El Monte (frente a Espicaya) e Ichupampa (Quebrada
Seca).
Los respetables ancianos
del río Grande, aseguraban que en los primeros años
obtuvieron buenos resultados, pero a la larga sólo
sacaban toneladas de arena. Entonces el principal
responsable para evitar problemas se propuso alentarlos
embaucándolos. Al vigilar los trabajos éste masticaba
coca y al terminar su acullicu, disimuladamente lo
arrojaba al río con algunas pepas de oro, para que al
dragar lo vuelvan a sacar. En cierta oportunidad echó
bastante oro y sus incautos al extraer la carga,
súbitamente quedaron boquiabiertos al encontrar en los
baldes el precioso mineral. Ante semejante hallazgo se
entusiasmaron y le entregaron a su representante una
buena suma de dinero para que compre nuevos implementos
para mejorar la empresa; pero el astuto viajó a la
Argentina llevándose gran cantidad de oro y no regresó
más.
Al haber desaparecido el
desleal, los españoles decepcionados abandonaron sus
campamentos. Hasta 1948 aún existían en Esmoraca los
restos de enormes armazones de hierro y sus precarias
viviendas. Igualmente en las playas de El Monte e
Ichupampa se veían baldes y piezas metálicas que con el
transcurso del tiempo desaparecieron por las
sedimentaciones.
Por haberse explotado ese
valioso metal en toda la extensión del río, con toda
razón lo llamaron: San Juan de Oro.
→ Vea en esta página un ilustrado informe contemporáneo
de la extracción en el río San Juan de Oro, publicado en
1907.
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ESPICAYA |
→Mapa |
Espicaya en la época del
coloniaje fue un lugar apropiado para los conquistadores
que encontraron tesoros para engrandecer a la Madre
España. Se halla entre los gigantescos cerros
preciosos y ricos de Santa Bárbara, Santa Ana y el
Putucu de donde sacaron oro y que los conquistadores
perforaron con el único propósito de encontrar valiosos
minerales, pues sus desmontes nos hacen suponer la
importancia que tenían.
A los tres kilómetros de
Espicaya hacia el poniente se encuentra Urulica, que en
castellano equivale decir superficie cubierta de una
capa delgada de oro. El Putucu es una quebrada donde
vibra el viento con furia indómita que lo asusta al más
valiente. De aquel lugar según el profesor rural Néstor
Irahola salían aguas de los riscos para formar pequeños
estanques que los utilizaban para lavar el Ilampu
sacado de los socavones. Esta quebrada resultó
impresionante porque salían aguas de diferentes colores
por los reflejos solares sobre las aguas de copajira
que formaban permanentemente un arco iris. En este lugar
ubicaron su campamento los trabajadores, notándose que
vivían moderadamente.
En la época del coloniaje
existió un Cacique llamado Espiloca, oriundo del
Alto Perú, jerarca intrépido que dio renombre en esa
zona, abarcando sus límites de jurisdicción hasta la
cordillera de Santa Bárbara. El Cantón de Espicaya lleva
el nombre de su ex Cacique Espiloca. Durante su
periodo descubrieron Santa Ana.
En el río Grande
instalaron una draga donde transportaban tierra en
bestias para su concentración. Cuando decayó la
explotación aurífera, las maquinarias quedaron
abandonadas. De esa manera muchos se hicieron dueños de
ruedas con engranajes, hierros de diferentes tamaños,
baldes, etc.
Espicaya durante la
dominación española se pobló de forasteros llegados de
Andalucía, que al hacerse absorber por el medio
ambiente, dejaron descendientes de donde provienen los
Juárez, Suárez, Paredes, Sandoval y Legúrguro.
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LA EX FINCA DE CHAJRAHUASI |
→Mapa |
En su época los
propietarios de Chajrahuasi hicieron construir una
bonita casa de hacienda que aún subsiste, con balcones
peculiares donde las madreselvas y otras hiedras
trepaban sus paredes.
Su jardín tapizado de
césped y matizado de flores fraganciosas regado por
aspersores, hacían las delicias de sus moradores y del
vecindario citadino que se daba algún margen de tiempo
para llegar hasta su portón enrejado de maderas de color
verde, para divertirse de su vegetación inextirpable y
disfrutar de la naturaleza simplemente para ver ordeñar
a las vacas lecheras, esquilar a las ovejas merinas,
asear el pelaje de los caballos de raza y observar el
funcionamiento de la motobomba para extraer agua y de
paso comprar mantequilla o leche con o sin nata.
Hace medio siglo atrás,
los actuales chicheños sobrevivientes los vieron orondos
y gallardos a Don Carlos Víctor Aramayo y Familia, que
llegaban de las grandes urbes del norte para descansar
de las fatigas en el dulce hogar de sus progenitores.
Igualmente allí hicieron sosiego algunos dignatarios de
estado, políticos, militares, intelectuales,
empresarios, deportistas, turistas y otros que
circunstancialmente visitaron Tupiza y fueron agasajados
por sus anfitriones, bajo el follaje de la frondosa
arboleda de ese maravilloso pénsil.
Sus aguas de riego que
corrían por anchas acequias bordeadas por rosales y
matorrales de menta y hierbabuena, daban vida a su
exuberante vegetación. Igualmente sus callejones de
grises tapias, ornamentadas con sauces, molles, pinos y
álamos, eran la delicia de los jovenzuelos que se daban
cita para estudiar al aire libre formando sus herbarios
e insectarios.
Sus tierras de cultivo
lindantes con la playa, fueron protegidas de las riadas
con defensivos de cal y piedra, secundada de sauces y
molles donde milagrosamente brotaron rosales y
cortaderas embelleciendo el lugar. Al pie de esos
gigantes árboles, las familias tupiceñas semanalmente
hacían sus fiestas dominicales, sirviéndose watías,
humintas, choclos con queso mochareño, brindando bebidas
a cual mejor disfrutando de buena música, mientras sus
querubines columpiaban en las ramas de los sauzales o se
deslizaban a la finca detrás de las mariposas y flores.
Algunos rapazuelos cazaban gazapos con trampas de cerdas
de caballos, flechaban a las palomas, guichicos,
chiguancos y tarajches, chupaban a gusto y sabor los
guiros (tallos de maíz) y trepaban los árboles o el
cerro colorado en pos de lechiguanas imitando a Tarzán
que por entonces era el ídolo de los niños, para después
bajar a la ardiente playa para nadar en las aguas
cristalinas del río.
Ese verdor maravilloso,
similar a las campiñas del río Guadalquivir de Tarija,
está desapareciendo con la urbanización de Chajrahuasi,
la contaminación de las aguas del río Tupiza, la tala
indiscriminada de su vegetación y ante todo por falta de
previsiones de las autoridades para mantener esa
vegetación.
Esto sirva de meditación,
para que la pujante juventud acorde con las autoridades,
proyecten áreas verdes de recreación con plantaciones de
árboles para embellecer especialmente las riberas del
río canalizado y de los extremos de la línea del
ferrocarril para preservar la ecología y mantener de
alguna manera ese paraíso perdido.
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Luis Aramayo Quintela, Comunidades Nativas del Sud,
Tupiza 2001
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Chajrahuasi en una tarjeta
postal, alrededor de 1910, fotógrafo desconocido.
Colección Daniel Buck, Washington, DC. |
En 1876, Félix Avelino
Aramayo, construye su mansión de dos pisos, en
Chajrahuasi, cerca de Tupiza, rodeada por espaciosos
huertos y frondosos árboles. La familia abandonó San
Joaquín, para gozar de las comodidades de su nueva
casona solariega; la vieja casa familiar en San Joaquín,
la vendieron para seguir pagando deudas contraídas.
Chajrahuasi, resultaría ser el refugio de dos
generaciones de Aramayos.
Carlos
Serrano Bravo (2004). Historia de la minería andina
Boliviana (Siglos XVI-XX). Potosí. |
Vista de Tupiza desde la
finca de Chajrahuasi, alrededor de 1905.
Marie Robinson Wright (1907). Bolivia, el camino central
de Sur-América. Philadelphia, PA. |
→Vuelva arriba |
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última actualización
2023-08-28
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