PULACAYO, EL PUEBLO QUE DESFALLECE EN POTOSÍ
La localidad fue una de las primeras ciudades mineras del mundo,
adonde llegó el primer tren y trabajó Aniceto Arce. De los 22'000
habitantes en el auge de la plata, hoy quedan 555.
Ángel Rivera Barja es enemigo de las declaraciones de amor. En
especial cuando éstas se plasman en los armazones de los primeros
trenes que llegaron a Bolivia durante el siglo XIX y que ahora se
oxidan irremediablemente en la antigua estación de Pulacayo, en
Potosí.
“Luis ama a Karina” y “Aqui estubo el
soldado Wilber” leen los 50 años del profesor de Historia en la piel
de fierro de la Baldwin Nº 1. En 1890, la máquina estadounidense
inició la era de los ferrocarriles en Bolivia, uniendo la ciudad
chilena de Antofagasta con su población.
Rivera, junto a un grupo de habitantes
de Pulacayo, lucha por salvar del olvido a su tierra y otros
emblemáticos atractivos del lugar. Tarea titánica ante la cantidad
de elementos históricos que allí anidan. Entre otros está la mina de
plata más importante del siglo XIX, la locomotora asaltada por los
estadounidenses Butch Cassidy y el Sundance Kid, la casa del
presidente Aniceto Arce, la primera hilandería de alpaca del país,
la primera sala de cine en Potosí... La lista es inmensa, al igual
que la cantidad de candados que cierran las casas y galpones
abandonados tras la clausura de la mina (1958) y de las fábricas
(1994). Habitada a comienzos del siglo XX por 22'000 personas, ahora
el pueblo cuenta con menos de 600. Pero, tal y como pasó a lo largo
de su historia, Pulacayo se niega a morir. En la actualidad, sus
habitantes - que al vivir en un campamento minero dependen de la
Corporación Minera de Bolivia (Comibol) - buscan recuperar su
terruño para sí, hacer del pueblo un destino turístico y resucitar
las viejas glorias mineras con la reactivación de la histórica mina
de plata.
¿DÓNDE CAYO LA MULA?
Pulacayo, asentada a 16 kilómetros de Uyuni, fue una de las primeras
ciudades mineras del mundo. A comienzos del siglo XX, por ejemplo,
en las enciclopedias europeas se consideraba a este campamento -
conocido entonces como Huanchaca, debido a la fundidora del mismo
nombre ubicada a 14 kilómetros de allí - como la segunda ciudad más
importante de Bolivia, después de Sucre.
La tradición oral narra que fue un
accidente el que dio origen a Pulacayo. La historia cuenta que en la
Colonia una de las mulas que conformaba una caravana que retornaba a
Huanchaca resbaló en una pendiente. En su caída el animal sacó a luz
una roca de plata. Cuando preguntaron al responsable de la caravana
dónde halló la preciada piedra, éste sólo respondió: “donde la mula
cayó”, frase que habría dado origen a Pulacayo. Desde entonces se
inició la explotación de plata en el lugar. Pero a medida que el
trabajo se extendió, la veta se introdujo de forma vertical en las
profundidades del cerro. Esto obligó a los concesionarios a invertir
mucho dinero. Un consorcio de capitales chilenos, franceses y
bolivianos asumió el reto de continuar el trabajo a mediados del
1800. Los inversionistas introdujeron tecnología minera de punta y
construyeron en los alrededores de la mina la infraestructura
necesaria para instalar un gran campamento minero. Gran parte de ese
trabajo se mantiene en la actualidad en pie, como la casa-gerencia -
la más grande construida en el país - los servicios de agua potable
y electricidad, y las lujosas viviendas de estilo europeo que
albergaron a los técnicos extranjeros, actualmente habitadas por
algunos pobladores.
En 1888, la Compañía Huanchaca de
Bolivia quedó en manos de uno de sus accionistas y presidente del
país: Aniceto Arce Ruiz. El empresario impulsó la construcción del
ferrocarril Antofagasta-Oruro y un ramal a Pulacayo. Con el
ferrocarril, la empresa creció exponencialmente. Sus acciones
llegaron a cotizar en la Bolsa de Valores de Nueva York y fue
codiciada por empresarios extranjeros y nacionales como Mauricio
Hochschild, quien se hizo cargo de ella en 1920.
“Con el tren también llegaron las
ideas comunistas”, explica el ex trabajador Antonio La Fuente (46),
quien asegura que los primeros intentos de sindicalismo nacieron en
Pulacayo. “En los años 30 los obreros se reunían clandestinamente y
luego del cierre de la mina (1958), sus ideas se esparcieron al
resto de los centros mineros del país”, señala La Fuente, quien
atesora la llave que abre las puertas del inmueble donde el año 1946
se selló la famosa Tesis de Pulacayo.
Al igual que La Fuente, una decena de
pobladores de la localidad resguarda las instalaciones más
emblemáticas de Pulacayo, esto a través de un convenio de comodato
firmado con Comibol, dueña de la gran mayoría de las instalaciones.
“Hace 10 años estamos luchando para
que Comibol nos permita explotar el turismo en nuestro pueblo. Pero
hasta ahora, nada”, se queja Ángel Rivera, quien recuerda que
anualmente unos 80'000 turistas llegan a la vecina Uyuni. De ellos,
y a pesar de la falta de información, unos 200 visitantes se
aventuran hasta Pulacayo.
PERFORANDO EL INFIERNO
Hasta 7'000 mineros llegaron a trabajar en la mina de plata de
Pulacayo a comienzos del siglo XX. Según las investigaciones de
Rivera, la ciudad se transformó en un hervidero de gente. “No se
podía caminar por las calles estrechas que estaban llenas de
comerciantes. Incluso llegaron decenas de indigentes de todo el país
que buscaban atención de las monjas”. En la mina, mientras tanto,
los obreros e ingenieros europeos luchaban con la veta vertical que,
desde la bocamina, llegó hasta cerca de los 1'000 metros de
profundidad. El trabajo era extenuante.
“Los mineros desarrollaban la labor de
perforación con el cuerpo desnudo y por tan sólo 15 minutos”. Al ser
volcánica, “el área tenía agua hirviente en su interior y los
obreros trabajaban a 45 grados centígrados”. Incluso, “un grupo de
jóvenes se dedicaba a refrescar a los trabajadores con mangueras de
agua fría”, narra el guía turístico. Entonces, la mayoría de los
obreros pertenecía al aledaño poblado de Yura. Ellos eran atraídos a
los socavones a través de una extensa lista de productos -
desconocidos para ellos - ofrecidos por la pulpería del campamento.
Conservas y vinos franceses, zapatos italianos, casimir inglés,
carne argentina... “De todos los centros mineros, ésta era la
pulpería más surtida de la región. En algunas fotos se ven a los
indígenas a la moda europea. ¡Bien chistoso!”, exclama Apolinar
Salvatierra Rivas (67), custodio de varios inmuebles y galpones del
pueblo y uno de los dos últimos socios del Club Maestranza, fundado
el año 1918.
“El otro socio es el Negro, la mascota
del club. Desde los años 20 este bandido camina todas las noches por
el salón de baile. Extraña a sus amigos”, dice Salvatierra, mientras
acomoda con las manos un cigarrillo en un hueco ubicado en los
labios de la polvorienta escultura de un hombre negro. Salvatierra
trabajó 36 años en la fundición que fue instaurada junto a otras
industrias en Pulacayo luego de la clausura de la mina. En sus manos
se halla la llave para abrir el grueso candado de la antigua
pulpería, un inmueble de más de 50 metros de largo que en los años
60 albergó, además, a la primera hilandería de lana de alpaca de
Bolivia.
“Fue una pena. Tras la nacionalización
de las minas (1952), Comibol se hizo cargo de la mina y los técnicos
extranjeros se fueron. Seis años después la producción se hallaba
por los suelos y los costos se elevaron. El presidente Hernán Siles
Suazo decidió cerrarla y nadie se quejó. Entonces el estaño estaba
en auge en las minas del norte de Potosí, hacia donde se dirigió el
éxodo. Sólo 3.000 personas se quedaron”, narra el anciano. De a poco
se acalló el sonido de las ruidosas maquinarias que por décadas
habían funcionado las 24 horas del día. Desmantelados, los modernos
artefactos fueron instalados en distintos centros mineros de Potosí,
Oruro y La Paz.
Sin embargo, en 1962, con la premisa
de evitar la muerte de Pulacayo —uno de los bastiones mineros de la
revolución del MNR en 1952—, el presidente Víctor Paz Estenssoro
encomendó a su hijo, Ramiro, fundar una serie de industrias en la
localidad potosina con el objetivo de reactivar la economía local.
Así, una serie de fábricas se instalaron en Pulacayo, las que
abastecieron al resto de las minas del país de herramientas y
repuestos.
Paradójicamente, durante los años 90,
otro gobierno de la misma sigla, el de Gonzalo Sánchez de Lozada,
cerró todas las fábricas de Pulacayo. La premisa entonces era la de
terminar con el papel de productor del Estado y traspasar esta
función al empresariado privado.
“La hilandería intentó mantenerse unos
años más de la mano de sus trabajadores, pero sin el apoyo estatal;
los 200 obreros quedaron sin trabajo. Se inició un nuevo éxodo, el
que hasta hoy se mantiene”, lamenta Apolinar Salvatierra.
LA CASA DE LOS LOCOS
“Cada año nos quedamos más solos”, espeta Valerio Chalar Cruz desde
su lugar preferido en Pulacayo: la vieja estación de trenes. Y
claro, desde allí, rodeado de seis locomotoras del siglo XIX, se
observa todo el pueblo de Pulacayo.
“Allí estaba La Casa de los Locos. La
llamaban así porque en ese lugar vivían los mineros solteros.
Grandes fiestas hacían en las noches con las palliris solteras”,
apunta el Corregidor del pueblo, de 61 años.
Chalar lleva tres años como máxima
autoridad, esto porque nadie más quiere asumir este cargo ad honorem.
“La gente vive de la agricultura, los camélidos y la minería. Parece
que han perdido las esperanzas en este pueblo”, lamenta. A pesar de
ello, Chalar continúa su travesía mensual hacia Uyuni, donde busca
el apoyo del municipio para reactivar la hilandería de lana de
alpaca. Hasta el momento, sin embargo, lo único que obtuvo de las
autoridades son promesas.
“Más de 2'000 kilos mensuales en
hilado podemos producir. Necesitamos alguien que crea en nosotros”,
reclama el Corregidor, quien estima que se necesitan 70'000 dólares
para dicha reactivación.
Más esperanzado en el futuro está
Ángel Rivera, quien “por amor” dejó una prometedora carrera de
economía para instalarse como profesor y guía turístico en Pulacayo.
“Si se reactiva la mina, los ojos del
mundo van a volver a vernos. Mi sueño es tener trenes llenos de
turistas”, señala Rivera desde el vagón que en 1907 fue asaltado por
Butch Cassidy y el Sundance Kid, los famosos pistoleros
estadounidenses. De pronto, una sirena desde la fábrica acalla sus
palabras. Son las 17:30, la hora que marcaba la salida de los
obreros de la hilandería. Hoy parece que sólo los fantasmas acuden
al llamado.
LA MINA SE REACTIVA
Tras 48 años desde su cierre (1959), la mina de Pulacayo está a
punto de ser reactivada gracias al trabajo de la empresa canadiense
Apogee Minerals. Actualmente, los técnicos de dicha empresa se
hallan en la fase de exploración de los yacimientos de la histórica
mina y de otra veta hallada en Paca, a ocho kilómetros del pueblo.
Desde 1962, un grupo de cooperativistas - hoy formado por 40
familias - ha explotado la mina con métodos tradicionales. Apogee,
que espera iniciar sus actividades en unos dos años, realizará en el
lugar extracciones masivas que no requerirán ingresar a bajas
profundidades. Según el ingeniero potosino Carlos Espinoza,
encargado de los estudios, las inversiones en Pulacayo sobrepasarán
los 60 millones de dólares por año. Además, “se generarán empleos
directos e indirectos que beneficiarán a todos los pobladores y
atraerán más gente al lugar”, asegura Espinoza. Mientras tanto, la
empresa ha emprendido la restauración de algunos de los ambientes
históricos.
LA TESIS DE PULACAYO
Un hito en la historia del movimiento obrero se escribió en Pulacayo
en 1946. Entonces, el congreso de la Federación Sindical de
Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) votó a favor del primer
manifiesto de acción directa de la clase obrera: la Tesis de
Pulacayo. Entre otros, el documento exige a los dueños de las minas
el establecimiento de la escala móvil del salario y la reducción de
la jornada de trabajo, que entonces era de 12 horas. La tesis -
firmada en el sindicato de Pulacayo - adopta por vez primera
un sentido político al demandar el control obrero de la producción
minera. Pulacayo, además, es la cuna del sindicalismo. En 1932, un
grupo de mineros trató de formar un sindicato, pero fue despedido.
En 1952, los obreros de Pulacayo formaron milicias para defender la
revolución del MNR, que luego nacionalizó las minas. Tras el cierre
de la mina (1958), las ideas fueron esparcidas por los mineros a
otros centros. En Pulacayo, en tanto, nuevos sindicatos nacieron en
las fábricas creadas por el Gobierno.
|