CAPÍTULO MARIA ROBINSON WRIGHT - Mil Millas en Mula II PÁGINA



BOLIVIA - EL CAMINO CENTRAL DE SUR-AMÉRICA       MARIA R. WRIGHT, 1907

MIL MILLAS EN MULA
INCIDENTES DE UN VIAJE EN BOLIVIA

PARTE 2

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CHALLAPATA
LUGAR DEL FERROCARRIL Y ESTACIÓN FINAL DEL VIAJE EN MULA DESDE POTOSÍ

El día siguiente quebrantó la medida de resistencia y nunca será olvidado como el más fatigante de todo el viaje. De Ayapampa á Mizque se estima una distancia de cincuenta millas, pero eran unas cincuenta millas tan largas como los precipicios y las pendientes sobre las rocas y las tortuosidades podían hacerlas. Habiendo salido á las cinco de la mañana y caminado continuamente hasta las nueve de la noche, con solo media hora de descanso para el almuerzo, la experiencia de este largo día hizo que las jinetas decidieran que las cincuenta millas debían haber sido contadas como las «filas de moscas.» El amanecer fué claro y frío y desde Ayapampa el camino desciende á la llanura por entre montones de nubes que vistas de arriba parecen grandes oleadas de espuma. Al atravesar las, la atmósfera era tan oscura que extendiendo el brazo difícilpodía se podía distinguir la mano y desde abajo las nubes aborregadas se recamaban gradualmente de rosa y luego se perdían de vista en el azul del cielo. La primera mitad del día pasó prontamente porque la maravillosa belleza del panorama absorbía la atención. La majestad de la cordillera levantada pico sobre pico en la extensión que el ojo puede abarcar y la admirable profundidad de los verdes valles, vistos á lejanas distancias, imponían más allá de lo descriptible. Y cuando el descenso al cauce del río Mizque principió, la belleza de su curso tortuoso que pasaba á la vista como un variado panorama, fué encantadora. ¡Pero cuánto tiempo tomó descender de la montaña al lecho del río, que parecía no estar á más de media milla de distancia! Con creciente frecuencia se le rogaba á Palacios decir, á medida que pasaban las horas, cuántas leguas faltaban todavía y su jovial respuesta «dos ó tres leguas no más, señora,» sonaba espantosamente monótona porque la luz del día se marchitaba y destellos de luz eran los solos faros que mostraban la senda. Afortunadamente se llegó al río antes de oscurecer, pero era muy oscuro cuando la cabalgata penetró en el mismo y escasamente vacilaba una luz en la ciudad cuando los viajeros se desmontaron en la plaza y fueron recibidos por el cortés Sub-prefecto, señor Ladislao Vásquez, quien se dió prisa en proporcionarles todo lo necesario á su comodidad, expresando su sentimiento por que un accidente en la línea telegráfica, causado por la reciente tormenta, hubiera impedido recibir aviso anticipado de su llegada. Mizque es la supervivencia de uno de los más importantes pueblos de la Audiencia de Charcas, asiento una vez de un Obispado. Es un vecindario tranquilo, pintoresco y atractivo en muchos sentidos. Se pasó un día visitando sus iglesias y jardines, porque el río estaba tan crecido por la inundación que no permitía atravesarlo.


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EL PUENTE DEL DIABLO, QUE ATRAVIESA EL RÍO PILCOMAYO

El día siguiente era el último del año y se pasó principalmente en el camino en Mizque y Aiquile, una próspera capital provincial la última, el Sub-prefecto de la cual, señor Nicanor Arze, es descendiente del famoso cochabambino que dirigió las fuerzas victoriosas en la batalla de Aroma. El señor Arze y su esposa hicieron la llegada del nuevo año tan brillante como fué posible á las dos extranjeras y el señor Arze las acompañó hasta Novillera, que es una de las mejores huertas de Bolivia. Con sus alforjas llenas de naranjas y limones, las señoras salieron, después de almorzar, para Quiroga, donde los alojamientos eran escasos pero la hospitalidad generosa, cediendo el señor Manuel Rodríguez su almacén para que sirviera de albergue á las inesperadas visitantes. El solo espacio aprovechable era sobre el mostrador y allí Palacios y los sirvientes arreglaron las camas para el descanso de la primera noche del Año Nuevo. Fué un día festivo de recordación porque todo el pueblo estaba celebrándolo con procesiones y música, y los indios disparando y bailando conforme á las costumbres peculiares de sus fiestas. La agitación causó alguna alarma en las viajeras, que fué prontamente calmada por las tranquilizadoras advertencias del arriero, que estaba de guardia, de que todo este ruido no significaba nada ó como él lo expresaba «no importa nada, señora.»

En todo el valle central, que es la ruta de Cochabamba á Sucre, el panorama es muy parecido al de algunas partes de México, en las que el cactus crece en profusión y el clima es semitropical. Pero el cactus y el pimiento alcanzan su máximo de crecimiento en esta región, desarrollándose el primero en un solo vástago gigante de la altura de un álamo pequeño, mientras las ramas del segundo se extienden con maravilloso vigor. Se ven algunos signos de vida animal, con excepción de las variedades domésticas, aunque hay muchos pájaros bellos y bandadas de loros y pericos que pasan gritando sobre las cabezas, á cortos intervalos, todo el día. No se vieron machos insectos, pero varios amigos manifestaron que se debería tener cuidado con un fiero ejemplar llamado «vinchuca,» una especie de escarabajo que, sin embargo, no apareció. Muchas magníficas haciendas están desparramadas á ambos lados del rico valle agrícola; y sobre el Río Grande, que fué cruzado una porción de veces durante un día, ha sido tendido el hermoso Puente Arce para facilitar el tránsito en esta sección del país. Una noche, después de una marcha de treinta y seis millas por el pedregoso cauce del río, se divisó una choza de indios, construida de paja, y fué decidido que el descanso de una noche bajo su escaso techo sería mejor que un esfuerzo más enérgico para llegar á la próxima posta. Cuando fué obtenido permiso, se prepararon las camas, y las cansadas «gringas» aliviadas por la luz de la luna en el interior y el sonido de alguna distante guitarra ó charango de postillón, que nacía desmayado sobre el aire de la noche, cayeron dormidas, conservando la guardia el arriero, con un revólver que nunca encontró más serio empleo que el de despertar los ecos. Porque la experiencia ha probado en millares de casos, que los viajeros están tan seguros en las apartadas comarcas de Bolivia como en las calles de una ciudad de los centros más cuidadosamente vigilados del mundo. La principal dificultad era encontrar forraje, por ser la peor estación del año para los pastos. Fué inutil suplicar al arriero que se detuviera en alguna posta que parecía ofrecer especiales atractivos históricos ó panorámicos. «No hay forraje,» era el tañido de muerte de los sueños poéticos alimentados más de una vez en aquella memorable jornada.

El día de la llegada á Sucre rompió prometedor y claro y desde la posta de Cantumolino la cabalgata salió á las cinco de la mañana para trepar la altura casi perpendicular que señala la aproximación á la famosa ciudad. Se presentó una terrible tormenta, al principio en grandes gotas aisladas, después en un chaparrón más firme, y finalmente, como á la altura de las lomas, llamadas puna, en pedriscos tan grandes como nueces. La lluvia empapó rápidamente á las señoras hasta la piel, aunque no desalentó su entusiasmo. Fué un espectáculo magnífico de las cumbres, desde las cuales podían ser vistos los riachuelos que se escurrían de las grietas de las cimas para formarse en corrientes mayores que se hinchaban prontamente en avenidas al limpiar las barrancas más bajas de la cañada y descendían en poderosos torrentes hacia el lecho del río, ahora impetuoso. A la media hora todo acabó. Apareció el sol sobre los picos de las montañas é iluminó las quebradas deteniendo casi visiblemente el ímpetu de las aguas. Sucre parecía más blanco que nunca después de tal diluvio y fué una de las vistas más gratas después de un viaje de nueve días, aunque todos los días habían sido deleitables.


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PUENTE SAN BARTOLOMÉ ENTRE POTOSÍ Y YOCALLA

Nadie puede alejarse de Sucre con la prontitud que lo ha pensado, cualquiera que sea la urgencia del caso; y aunque había sido la intención dedicar solo pocos días á examinar lo principal de la capital, el tiempo voló tan agradablemente que al término de dos semanas no fué sin desgana que se dijo adiós. La hospitalidad fué más cordial y sincera, siendo resuelto hasta el problema del cuidado de los animales, la eterna cuestión de forrajes, por un distinguido sucrense, el señor Urioste, hermano de la Princesa de Glorieta, quien los echó á pastar en la magnífica hacienda de su propiedad. Recepciones, soirées, picnics y un gran baile que se distinguió por tanto esplendor como si hubiera tenido lugar en una capital europea, fueron los más notables agasajos brindados á las visitantes, quienes al partir fueron escoltadas hasta la primera posta por el distinguido Prefecto Dr. Julio La Faye y un acompañamiento de los principales sucrenses, que les ofrecieron un suntuoso almuerzo de despedida. Era tarde cuando se llegó á la posta más cercana, en el puente Sucre que atraviesa el río Pilcomayo, pero desde este punto á Potosí había solamente una marcha de tres días y los caminos, aunque escarpados y estrechos, no eran peligrosos en ningún sitio.


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PUENTE DE SUCRE, VISTO DEL LADO DE SUCRE

Desde el puente Sucre las señoras fueron acompañadas algunas leguas por el cortés empleado señor Rodríguez y la jornada terminó en Retiro, poco antes del medio día. Uno de los agregados interinos de la expedición, que no ha sido descrito hasta ahora, por la poca atención que atraía, fué el postillón. Este tipo sin igual presta solo sus servicios de una posta á otra, y es principalmente en las montañas que su personalidad se convierte en un rasgo pintoresco del paisaje. En los valles es una criatura insignificante que corre sus cincuenta ó sesenta millas diarias en un tráfago, sin género expreso de conducta. Pero en las tierras altas la especie es diferente. Es un poema de andrajos y remiendos, una sinfonía prismática con individualidad tan llamativa como la singularidad puede hacerla. Su cuerno con puntas de plata se balancea sobre sus hombros y sostiene su amado charango pegado al corazón, aun cuando toca los extraños, monótonos tristes que constituyen las obras maestras de la música de su raza. Es silencioso, pero elocuente en su silencio, lo que no pasa con el gárrulo hombre blanco á pesar de sus rebuscadas frases. Sus cabellos abundantes, pero lacios, hacen una espesa orla negra debajo de la gorra de punto con que cubre sus orejas, y sus ojos negros, muy abiertos, no siempre interrogan sobre cuestiones inocentes. Es algunas veces un astuto proyectista. El postillón que trotó á la cabeza de la cabalgata para anunciar en Conapaya la llegada de las viajeras, tocando vigorosamente su cuerno, causó un pánico por elegir como cuarto para almuerzo en el tambo ó posada, un departamento en que las señoras se encontraron frente á frente con un caso de viruelas en el peor período de la enfermedad. La escapada de esta peligrosa situación fué repentina y algo dramática, pero, como lo explicó un médico encontrado al día siguiente en el camino de Potosí, la gran altura evita evidentemente el contagio y la enfermedad nunca ha sido conocida sino como casos esporádicos traídos de las regiones más bajas. Esto no calmó enteramente la ansiedad, sin embargo, y al llegar á Potosí fué llamado el médico para que vacunara á toda la partida. Palacios se opuso y rechazó ser molestado, al postillón no pudo encontrársele, pero del pequeño ayudante se hizo una víctima, á pesar de su renuencia.


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UN ENCUENTRO FRECUENTE EN LAS MAÑANAS DEL VIAJE

Naturalmente había mucho que ver en la admirable antigua ciudad de Potosí y fué sólo después de algunos días que las entusiasmadas visitantes de la Villa Imperial pudieron pensar en seguir adelante. Aquí, como en todas partes, la hospitalidad se mostró generosa y el tiempo se hizo para ser gastado agradablemente en compañía de encantadores nuevos amigos. El señor Juan Ugarteche, y su bella esposa, cuyo padre es el señor Bebín, uno de los más ricos propietarios de minas de Bolivia, fueron tan atentos como otros muchos.

Se dice que la ruta de Potosí á Challapata, el camino de coche que termina en la estación del ferrocarril de Oruro á Antofagasta, es mejor que la de Sucre á Challapata, y sin embargo es difícil creer que ningún camino presentara más dificultades á las jinetas, que el citado. La marcha del primer día ofreció pocos inconvenientes, excepto una creciente que puso al río impasable en el vecindario de Mendieta, un lugar minero, lo que hizo forzoso esperar pacientemente hasta que pasara el río. Las expresiones de «llegar» y «pasar» el río suenan muy extrañas al extranjero. «Pienso que llegaremos á la próxima posta antes de pasar el río,» decía el arriero. Y al principio, la idea de este pasajero transitorio fué una fuente de gran distracción, pero como la existencia de los ríos depende de las lluvias que bañan las hendeduras de la montaña, puede entenderse con facilidad que su «llegada» es un suceso enteramente eventual. Algunas veces se mantiene una pequeña corriente para marcar su curso turbulento, pero aun esto no es seguro todo el año. Se han hecho grandes trabajos para conservar los pasos de los caminos. Palacios enseñó el Puente del Diablo, á algunas leguas de Potosí, entre Yocalla y Tarapaya, como un maravilloso trozo de construcción de Su Majestad Satánica, á causa de una apuesta por el alma de un amante trasnochado que estuvo incapacitado para atravesar la corriente y evitar que su novia se casara con otro y convino en dar su alma al diablo si éste construía el puente antes del canto matutino del gallo. Cuando el trabajo estaba casi terminado, el joven se arrepintió de su apuesta impía y rogó á la Virgen que lo salvara del espantoso pecado que había cometido. Su ruego fué oído y el gallo cantó antes de que la última piedra fuera colocada en el arco. El joven saltó á través del puente casi concluido y mientras el diablo maldecía la mala suerte que había sobrevenido á su empresa, recibió las bendiciones de la Iglesia, casándose con la bella dama de su elección.


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TRAJES LLEVADOS POR LOS INDIOS
EN LA PEREGRINACIÓN AL SANTUARIO DE COPACABANA

En cada carretera de la cordillera se ven grandes rebaños de llamas llevando y trayendo pequeñas cargas de las minas. Una mañana fué contado un millar de estas magníficas conductoras de carga, en recuas de cien, por término medio. La mayor parte llevaban trozos de estaño para Challapata ó mercancías de aquella ciudad para Potosí. Los trozos pesaban veinticinco libras y cada llama llevaba dos. Una llama de medida común puede conducir de cincuenta á sesenta libras y los animales más grandes ochenta y hasta cien en raros casos. Pero la llama conoce su capacidad de carga y rechaza en absoluto llevar encima una onza más. Si se le hace semejante insulto, se sienta en el camino hasta que la carga ofensiva le es quitada. Ruegos y golpes no lograrán que se ponga en pié de nuevo, y algunas veces, aun después de quitada la carga se resiste á continuar el viaje. Las otras llamas no proseguirán sin ella y es una cuestión seria con el indio conductor, si arrastrar la llama hasta que convenga en caminar ó matarla cuando la caravana puede seguir adelante con su carga. La llama viaja de nueve á diez millas por día, conservando un paso lento majestuoso, con la cabeza alzada y volteando de un lado á otro del camino cuando los objetos despiertan su interés. Es un animal de apariencia soberbia, algunas veces de vistosos colores, cuando su piel ha sido teñida de rojo, amarillo ó verde para hacer juego con su amo y se le ponen cintas de matices brillantes en los huecos taladrados en las puntas de sus grandes y derechas orejas. Los indios creen que la llama tiene el alma de un Inca muerto y que esto es causa de su orgullo. Un Indio que posee un rebaño de llamas es independientemente rico. La llama busca su alimento; su lana proporciona las ropas del indio; sus huesos le sirven de utensilio; su carne es alimento en cualquiera emergencia; de su piel hace sus sandalias; y el estiércol es el combustible con que cuece sus comidas. La llama rumia su alimento y cuando se encoleriza ó teme, su defensa es escupir al ofensor. De su lana se hacen ponchos durables, fabricados por los indios en telares primitivos. Como el viaje llegaba á su término, los caminos parecían más escarpados y las postas más lejanas. A veces es cuestión de duda si las mulas hacen el camino con las patas ó se deslizan sobre las narices por las pendientes casi perpendiculares; y después, cuando una subida repentina cambia las apariencias, no se da uno cuenta de cómo conservan el equilibrio en el escaso punto que sus patas traseras han asegurado en los bordes del precipicio, mientras las delanteras, vacilan con apariencias de un último esfuerzo por alcanzar una base sólida. No ocurrió ningún accidente, y aunque parte de él, entre Leñas y Vilcapugio, fué á una altura de más de diez y seis mil pies, con intenso frío en la noche y á menudo en la mañana con el camino cubierto de nieve, ni un momento de sufrimiento se sintió y cada día fué conductor de una nueva distracción. Uno de los más divertidos conocimientos fué la llegada á Tolapalca, cerca de Vilcapugio, en un día de fiesta de indios. El patio de la posta estaba lleno de una alegre muchedumbre con ponchos brillantes, verdes, amarillos, rojos y azules, toda descalza en aquella gran altura y casi todas las mujeres conduciendo chiquillos que se balanceaban en sus espaldas. Había músicos, cuyos instrumentos eran flautas primitivas llamadas quenas, cuernos, charangos y tambores y á frecuentes intervalos marchaban de dos en dos y entraban á la cantina de donde corría la chicha como agua. Los hombres, las mujeres y los niños rociaban una parte del licor en el suelo cuando bebían, como una ofrenda á la Madre Tierra, ó, de acuerdo con algunas autoridades, para hacer propicios los espíritus invisibles que se supone están presentes en todas ocasiones; y después de cada libación hacían la ceremonia de atravesar el patio de dos en dos y arrodillarse en el suelo á cada tres pasos, para besar al Donante de todos sus beneficios. Como su chicha se hace de maíz, su homenaje es un reconocimiento de la fuente benéfica que se los proporciona. Aun en las fiestas religiosas de la Copacabana, los indios observan muchas de sus ceremonias primitivas, ofreciendo con sus costumbres una extraña mezcla de las enseñanzas paganas y cristianas.


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UN CAMINO RURAL CERCA DE LA PAZ

Una operación divertida en las postas más pequeñas de las comarcas más remotas del país, era la de la presentación de la carta oficial del Gobierno al Alcalde del lugar, acto necesario para obtener mejores atenciones. Muchas de estas autoridades rurales hablan solo las lenguas Quichua ó Aymará y como Palacios estaba familiarizado con ambas, tenía que interpretar el contenido del misterioso documento, lo que hacía comúnmente con énfasis florido. «¡Papel!» «¡Gobierno!» eran las mágicas palabras con que principiaba su esfuerzo oratorio y era fascinante espectáculo el del Alcalde con su poncho vistoso, su vara adornada con remates plateados, en señal de su cargo, sostenida apretadamente en una mano, y ojeando con avidez las páginas de un documento que aparentemente significaba poco ó mucho para él, según fuera la elocuencia del arriero. Pero estas autoridades son excelentes jueces de la naturaleza humana y no es fácil engañarlas. El Alcalde gobierna bien su pequeño cantón, pero no puede evitar siempre los abusos, porque los indios de la meseta son astutos y fértiles en recursos. Ocurrió un risible incidente para demostrar que, por lo menos, no son tan estúpidos como creen algunos extranjeros. Fué necesario comprar pan y se envió al arriero á conseguirlo en la forma de pancitos, como se llama á las hogazas pequeñas. Después de ponerlos en la mesa, salió á descargar las mulas y en el ínterin apareció una pobre anciana india con algunos niños pegados á la saya y mendigando pan. Todos los pancitos fueron arrojados en su falda y se llamó al arriero para que comprara más. Viendo á la mendiga, su faz se descompuso con una ancha sonrisa de burla al comprender el juego y exclamó: «¡Pero señora, si esa mujer es la que me vendió los pancitos!» Fué una transacción que habría dado reputación á los métodos ingeniosos de Seven Dials! (El sitio donde residen los célebres rateros de Londres se llama Seven Dials.) Como tipo de su clase, el arriero mismo lo era para un divertido é interesante estudio en todo el viaje. Tenía solución lista para toda dificultad. La prontitud con que disponía de una mula cansada ó perezosa y aseguraba una excelente para reemplazarla, la sorprendente facilidad con que obtenía favores de los empleados más negados de las postas pequeñas y el genio efectivo que desplegaba en conseguir los servicios voluntarios de arrieros y postillones que pasaban, para cargar y descargar sus mulas, eran pruebas de que bajo circunstancias más favorables Palacios podía haber sido un gran político ó un magnate financiero. Nació diplomático. Y aunque algunas veces fué molesto que oyera cortésmente toda indicación, á las que invariablemente contestaba con «sí, señora,» y continuara llevando á cabo sus propios planes, respondiendo á cada insistente demanda con un tranquilizador «no tenga cuidado, señora,» la experiencia demostró que su juicio era siempre correcto; de modo que las indicaciones fueron menores á medida que el viaje adelantaba y finalmente no se le hacía ninguna.


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PUENTE DE PIEDRA EN LA CARRETERA DE POTOSÍ A CHALLAPATA

Cuando las viajeras entraron al pueblo ferrocarrilero de Challapata, concluido su viaje desde Potosí, el primero de febrero de 1906, estaban bastante quemadas por el sol, á pesar de las máscaras, velos y sombrillas, pero tan felices y optimistas como cuando partieron de Oruro casi dos meses antes, y fueron entusiastas en elogiar la grandeza del país, su clima maravilloso y abundancia de recursos. El viaje no fué terminado sin hacer una visita á las minas de Huanchaca, después de la cual se tomó otra vez la diligencia de Oruro á La Paz. Las alturas de La Paz fueron una vista agradable cuando divisadas temprano en el mediodía del tercer día de la salida de Oruro, y á las cuatro de la tarde las señoras bajaron del coche en la estación carretera de Challapampa. Algunos minutos después de las cinco presentaron sus tarjetas en el Ministerio de justicia é Instrucción, para cumplir la primera obligación de su regreso, que era la de dar las gracias al Presidente Montes, por medio del señor Saracho, por las muchas atenciones, recibidas en todo Bolivia, de los empleados del Gobierno. Inmediatamente les fué acordada una entrevista, durante la cual el señor Saracho expresó gran satisfacción por el término feliz de este largo viaje.


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INDIA QUICHUA DE POTOSÍ

Todas las fatigas y los pocos desagradables incidentes de las millas viajadas por Bolivia y los veinticuatro días de marcha á caballo fueron prontamente olvidados con la cordial recepción que fué dada á las dos señoras á su vuelta á La Paz. Mr. Sorsby fué muy lisonjero en su elogio del coraje y determinación de sus conciudadanas y Su Excelencia el Presidente, á quien visitaron para ofrecerle sus respetos antes de abandonar este interesante país, les dijo al despedirlas: «En Bolivia se ha oído mucho del valor y la energía notables de la mujer norteamericana, y ustedes nos han mostrado un admirable ejemplo de ello.»






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última actualización 2022-05-20